lunes, 20 de febrero de 2017

Los años pasan, sus risas quedan

... y sus besos también.

Así es con nuestros hijos. Así también lo es para mí con mi esposo.
Pero hoy, después de tanto tiempo sin escribir por acá, quiero explayarme sobre mis niños, mis dos soles, mi princesa y mi príncipe, ¡qué grandes están!

Uf! El tiempo vuela y su paso precipitado a veces hasta duele, porque veo que mis bebes crecen tan rápido y van dejando mi corazón lleno de recuerdos, de sonrisas y besos, pero también de cierta melancolía por el tiempo que ya no volverá.
Día a día trato de centrarme en el presente, de disfrutar cada minuto con ellos, pero es difícil pensando en las muchas horas que paso en el trabajo (o de camino a...) o los momentos en que mi cansancio no me permite amarlos con paciencia, y tiendo al enojo.

Ahora, de que los he disfrutado a concho hasta aquí, lo he hecho: la salida de los primeros dientes y esas sonrisas con dos puntitos blancos en la boca (también las primeras mordidas en las "titis" ... uy!), sus primeras sonrisas y sus balbuceos, sus primeras comidas, sus primeras palabras, la primera vez que Antonia aplaudió, caminó, corrió, saltó, etc. etc. etc.

A veces la maternidad me satura -¿a quién no le pasa?- y me canso y quiero estar sola, pero a los segundos mi corazón maternal se inunda y vuelvo a mis locos bajitos. Nunca pasa mucho antes de querer tenerlos cerca de nuevo, abrazarlos, besuquearlos, tomarlos en brazos, hacerles cosquillas o sólo mirarlos, enamorarme, y recibir su amor de vuelta: en el caso de Arturo, su mirada y sonrisas coquetas, llenas de amor, enamorado de mamá con sus dos dientes en la encía de abajo y sus ojitos curiosos; en el caso de Antonia con sus conversaciones, sus abrazos, el que se me encarama por todos lados y se me cuelga por donde puede, y su ansia de que la acompañe a dormir en su cama.

En diciembre pasado mi niña marcó un hito y se fue -solita- a dormir a su pieza, aun me apena "su partida" a la pieza del frente, uf! no es fácil despegarse físicamente, aun siento ganas de metérmelos de nuevo al vientre cuando algo les pasa. Así que, cuando despierto en la mañana y ella se ha metido a nuestra cama, o la veo llegar con su almohada a media noche, me lleno de una ternura y alegría y la recibo y la envuelvo en mis brazos.

Los hijos son prestados, es un regalo y una honra de parte de Dios, y es un buen signo que poco a poco vayan adquiriendo independencia, pero para mí sigue siendo un tanto doloroso, con ellos soy muy de piel y necesito sentir su calorcito, sus olores, sus cuerpitos, su dependencia, aunque me siento feliz de verlos crecer seguros y taaaaaaan beeeellos.

Los hijos crecen, sus besos quedan, mi útero guarda el recuerdo cálido de haberlos acunado sus primeros 9 meses de vida, mis brazos y pechos guardaran siempre el calor de sus cuerpos nutriéndose de amor y leche.