lunes, 25 de julio de 2016

Mi Parto Natural en el Auto

Jueves 23 de Junio de 2016.

Fue de otro planeta la llegada de nuestro segundo hijo, Arturo.

15:03, primera contracción distinta a las anteriores, más intensa. Hacia una o dos horas antes que había sentido una especie de "clic" en la parte baja de mi vientre (indoloro) y en broma le decía por chat a mi esposo que quizá Arturo se había encajado... parece que no era broma y había comenzado el proceso.
Para las 15:44 ya llevaba dos contracciones muy fuertes en intensidad y dolor, así es que decidí avisarle a Carlos e irme a duchar "por si acaso".
Para las 15:51 ya iba la tercera y le pedí a mi esposo que se viniera a casa y de paso llamara a la matrona, mientras yo salía de la ducha, pero ni siquiera alcancé a secarme.
Cerca de las 5 llegó Carlos a la casa, había hablado con la matrona y le recomendó tomarme unas gotas de Viadil y darme un baño de tina, para relajarme y seguramente así iban a pasar las contracciones (siempre que no fueran de trabajo de parto).

Me preparó el baño de tina con agua caliente y me tomé muchas gotas de viadil. Una vez en el agua traté de relajarme y cuando venía la contracción, soltar los músculos de la cintura hacia abajo, traer a mi mente el proceso que estaba viviendo mi útero (para esa hora ya tenía la convicción de que estaba en trabajo de parto) y "hablarle", apoyar el proceso de dilatación y mentalizarme en él y no en el dolor. De primera me resultaba, pensar en mi útero contrayéndose, acortándose el cuello hasta despejar el canal del parto, dilatarse... pero el dolor me la iba ganando (mi umbral del dolor físico no aguanta mucho que digamos).

Mientras me relajaba en el agua caliente del baño, mi esposo fue a buscar a nuestra hija de 2 años al jardín donde asiste, y avisó a mis suegros para que se vinieran ya a nuestra casa (ellos viven en otra ciudad, a unas 2 horas de distancia, más lo que demoraran en coordinarse antes de venir). Días antes nuestra vecina nos había ofrecido gentilmente su ayuda, y como tiene un niño de la edad de nuestra hija, la llamamos para pedirle si nos la podía cuidar mientras llegaban los abuelos a buscarla; ella muy amorosa accedió y se puso a nuestro servicio en lo que pudiéramos necesitar.
Primer tema resuelto: nuestra hija mayor estaría bien.

Luego, alrededor de las 17:30 mi esposo volvió conmigo, me ayudó a salir de la tina, y ahí me di cuenta que casi no podía dar un paso del dolor. Como conversaríamos después con mi matrona, seguramente con el relajo del agua caliente, Arturo se terminó de encajar... El trabajo de parto iba avanzando mucho más veloz que en mi primera bebe.

De ahí hasta lograr subirme al auto fue un mar de contracciones sumamente dolorosas, casi no me podía mover ni dar un paso, no podía vestirme ni moverme y no logré encontrar una posición para descansar entre una y otra. Era tanto el dolor que sentí las ganas de vomitar, y el miedo me inundó, temía no soportar tanto dolor (pese a que sabía que nada más que el parto iba a suceder), me dio pena con todo lo que había leído y me había concientizado, no poder evadir el centrarme en el dolor. Al principio lo intenté, traté de conectarme con mi cuerpo, con el proceso que estaba viviendo, pero luego me rendí al intenso dolor que casi no me daba respiro.
Cuando voté algo de sangre nos asustamos un poco y como pudo mi esposo me ayudó a vestirme, luego bajar la escalera, y al llegar al primer piso, entre pausa, gritos de desahogo del dolor y pasitos cortos, logré subirme al asiento del copiloto del auto, claro que en una posición imposible: medio recostada sobre mi lado izquierdo, casi cayéndome del asiento y sin cinturón de seguridad... no atine a nada más, quería "teletransportarme" a la clínica, pero no esperaba un largo -muy largo- trayecto.

Comenzamos la ruta a la clínica en medio del horario de mayor congestión de la ciudad, avanzabamos lento, y las contracciones y trabajo de parto iban muy rápido, por el corto espacio entre una y otra, calculé que estaba en el proceso de dilatación. La única forma que encontré para pasar cada una fue gritando, pero no esos gritos agudos, sino un grito visceral, que -pese a que siempre me habían dicho que no era bueno por la energía que se gasta- me transportaban a un mundo salvaje, mi loba interior.

"No puedo parar de pujar", fue el anuncio y desahogo que nos avisó que la cosa iba rápida, aun faltaba un tercio de recorrido y mi cuerpo ya se preparaba para la etapa de expulsión, seguramente había terminado de dilatar y estábamos más o menos listos con mi crio.
Avanzamos un par de cuadras, entre bocinazos y pasarnos semáforos en rojo, cuando lo supe: mi niño vendría muy muy pronto. Rompí fuentes y el líquido comenzó a fluir.
Seguí pujando, con todas mis fuerzas, con todo mi cuerpo, sin resistirme en lo más mínimo. Sentía la cabeza de Arturo chocando con mi hueso sacro, y la fuerza del universo lo volvía a empujar hacia afuera, mi piel transpiraba, el miedo se había ido. Pese al dolor de cada contracción, me sentía empoderada, animal, fuerte.

Un segundo y ya venía... "Estaciónate, que va a nacer", le grité a mi esposo, se preparó mi cuerpo, por un segundo no podía creerlo, no recuerdo el dolor, sólo recuerdo que supe que venía, puje con toda mi mente, mi cuerpo, mi corazón, mis años de dolores emocionales, mi vida entera, pujé y sentí como su cabeza salía a esta noche invernal de Santiago de Chile.
Carlos cruzó 3 pistas y se metió a una calle lateral, a grito limpio para que lo dejaran pasar, subió el auto a la vereda, se bajó, dió la vuelta y alcanzó a agacharse y poner las manos para recibir a nuestro Arturo Agustín. Esperé la siguiente contracción, y sin gritar para no asustar a mi niño, volví a pujar, y terminó de salir, Carlos dice que cuando lo vió estaba con la cabeza afuera, se giro a la altura de sus hombros y salió. Él que sólo quería cortar el cordón, terminó recibiendo a su hijo en su llegada al mundo, comprobando que respirara, que no viniera azul, que llorara y se moviera. Luego lo envolvió en su poleron, me lo pasó con el cordón aun conectado a la placenta, pidió a un par de personas que detuvieran el tránsito para devolverse a la calle principal (en contra del tránsito) y seguimos camino a la clínica.
Recibí a mi niño envuelto, con los ojos abiertos y su piel roja, caliente y suave. Había nacido en el auto familiar, auxiliado por su padre, un jueves 23 de junio alrededor de las 18:40 de la tarde.
Un par de cuadras más adelante aprovechando una nueva contracción, expulsé la placenta, y así llegamos a urgencias donde un equipo completo nos esperaba, avisados previamente por mi matrona (que en ese momento asistía otro parto).
Al llegar a la clínica entré en shock, era demasiada la experiencia, y me tomaría todavía unos días más procesarla. Pero todo salió bien, mi bebé no tuvo ningún problema de nada, nació completamente sano y listo para colgarse de la teta de su madre a penas nos reunimos nuevamente (alrededor de una hora después).

Hoy, mientras escribo estas líneas y recuerdo todo ese proceso (quizá no con todo el detalle), ya no recuerdo el dolor ni el miedo, pero sí lo íntimo del proceso. Cada tanto interrumpo estas líneas para darle pecho, y mientras mama, lo miro, acaricio sus pequeñas manos y agradezco a Dios que nos cuido en todo momento, y a mi esposo, mi partner y matrón personal.

Así llegaste al mundo hijo, como todo un guerrero.