martes, 18 de julio de 2017

Mis niños del alma

Están grandes, han crecido, pero aun son unos bebés de 1 y 3 años.
Han crecido, son cada día más independientes y tengo que recordar a cada paso, que en su independencia aún nos quedan muchos años juntos, que no se están alejando, sino... CRECIENDO.

Arturo es un coqueto y sonriente varón, hermoso e inteligente, dispuesto a tomar riesgos por descubrir el mundo.

Antonia es una princesa muy perceptiva, inteligente emocionalmente (y en los demás ámbitos...), llevada de su idea y perseverante, cuidadosa y preocupada por todos.

Ambos dos, diferentes, pero tan míos, y tan físicamente parecidos, son una extensión de mi piel, y a veces quisiera meterlos de vuelta en mi panza para protegerlos... Pero eso sería querer controlarlo todo y no es posible, en cambio, he optado por encomendarlos a Papá Dios, que es mucho más sabio y poderoso que yo para llevarlos en su mano todo el tiempo.

Y mientras ellos crecen yo crezco a la par, aprendo cosas nuevas, y también se va redefiniendo en mí el amar libremente, en paz, sin ataduras y de manera correcta. Es un gran esfuerzo mirando las heridas de mi niñez, más cada día es una oportunidad.

Y ayer justamente pensaba en mis 5 o 6 años, creciendo en el campo...
Tenía poco, pero tenía mucho... Era pobre, pero era rica.
Me encaramaba en los árboles a comer frutas, corría a campo travieso, inventaba mil juegos, perseguía a mi abuela y le cortaba ramitos de violeta... esas pequeñas y olorosas flores que a ella tanto le gustaban.

Volver a lo simple, ese es mi anhelo...